El pasado día 21 de marzo, un grupo de annoboneses se manifestaba por enésima vez en Madrid para romper el silencio sobre la dura situación que atraviesa su pueblo.
Annobón es una isla de 17 kilómetros cuadrados que se encuentra en el Océano Atlántico, debajo del archipiélago de Santo Tomé y Príncipe, a unos 335 kilómetros de las costas de Gabón. Es una isla volcánica rodeada de aguas muy profundas. Sus habitantes rondan entre los 11.000 y los 12.000, aunque la mayoría están en el exilio. En la isla permanecen unas tres mil personas que, según los annaboneses que viven en España, «está sufriendo un exterminio lento y silencioso».
Esta pequeña isla, ubicada en el hemisferio sur, pertenece a Guinea Ecuatorial por caprichos de la colonización y descolonización, como el resto de pueblos y culturas africanas. Annobón fue colonizado por los portugueses en 1471 y utilizada como punto estratégico de escala en el comercio transatlántico de esclavos.
En 1778, Portugal cedió la isla a España. Durante más de un siglo España descuidó este territorio hasta que en 1898, cuando perdió Cuba, comenzó a ejercer un control más férreo de los territorios colonizados en África. Sus únicas colonias en el continente eran el Sáhara Occidental, la isla de Fernando Po (isla de los Bubis, hoy Bioko), la isla de Annobón y el territorio continental conocido como Río Muni (donde viven los Fang, además de en Gabon y Camerún), lo que hoy es la parte continental de Guinea Ecuatorial. España explotó sus territorios y a sus pueblos, como el resto de las potencias coloniales europeas y cuando llegó la década de las independencias, se resistió a desprenderse de sus colonias.
Descolonización “a la española”
Mientras que Portugal, bajo la dictadura de Salazar, libró sangrientas y prolongadas guerras de descolonización, otras potencias coloniales como Bélgica, Francia y Gran Bretaña cedieron ante los movimientos independentistas africanos, aunque mantuvieron el control político y económico mediante gobiernos títeres. En muchos casos, las antiguas potencias continuaron explotando los recursos africanos, controlando los ejércitos, el comercio, la cultura e incluso, en el caso de Francia, la moneda.
España no fue diferente, pero su situación era peculiar: vivía inmersa en una dictadura fascista y no estaba preparada para hablar de independencia ni democracia. Solo cedió ante las presiones de la ONU, y lo hizo a regañadientes y de manera caótica.