Informarse sobre Ucrania está requiriendo un esfuerzo desmesurado. Es tremendamente difícil desgranar la información de la desinformación, la verdad de la mentira. Hemos de navegar entre la censura abierta, la censura encubierta y la autocensura, entre la propaganda (mentiras, medias mentiras, medias verdades y verdades, bajo luces de neón que difuminan todo lo demás) elaborada por agencias especializadas y que trabajan al servicio de todos los intereses en conflicto, y sumar a todo esto nuestra incompetencia para detenernos a pensar con sentido crítico y nuestra vieja incapacidad para comunicarnos (dialogar, debatir y discutir) con sentido común. Ya en 1956, William H. Whyte afirmaba que «el mayor problema de la comunicación es la ilusión de que se ha producido» [1], pero la era de las redes sociales nos ha empujado a un precipicio aún peor. Todo este mundo líquido definido por Bauman [2] que fluye sin parar, nos está llevando al paroxismo.
Para la mayor parte de la población occidental ya es demasiado tarde, no tienen posibilidad de informarse independiente y verazmente y ni siquiera es consciente de ello. Lamentablemente, para un gran porcentaje de la población del sur global, sobre todo África y Asia, también es difícil ver este conflicto en perspectiva, porque tienen un problema de escasez de fuentes de información propias e independientes de las grandes plataformas propagandísticas occidentales, es decir, ellos o sus medios se abastecen de “noticias” en los medios occidentales.
El viejo periodismo en los nuevos tiempos
Hoy, como ayer, los periodistas nos documentamos seleccionando como fuente lo que concuerda con lo que queremos decir y descartamos lo que no concuerda con, o incluso contradice, lo que hemos decidido contar. Exactamente igual que cualquier otro ciudadano que no sea periodista, buscamos confirmación de nuestras convicciones. Hoy, a todos nos es muy fácil encontrar datos y “noticias” que alimentan ese viejo sesgo de confirmación en lo que los expertos llaman las burbujas de confort de nuestras redes sociales (donde solo escuchamos voces que son prácticamente el eco de la nuestra propia), o en Google donde para una pregunta aparecen instantáneamente cientos de miles de respuestas, cuidadosamente seleccionadas por un algoritmo cuya finalidad no es informarte, sino manipularte. Escribes la pregunta en Google (o se la cuentas a Alexia o a Siri) y entre un océano de respuestas seleccionas el título que te confirma lo que ya pensabas.
Es complicado establecer cuál es la verdad ahí fuera. Nos faltan herramientas. Bertrand Russell recomendaba para restar intensidad al prejuicio propio y cultivar la cautela, imaginar una discusión con una persona que juzga las cosas de un modo distinto. Nassim Taleb recomienda algo parecido para eludir este sesgo de confirmación, buscar la demostración del error propio, en lugar de la confirmación, al estilo de los jugadores de ajedrez, que trabajan sobre sus debilidades o errores más que sobre sus fortalezas. Con esto, puede que no cambies de convicciones, pero te habrás acercado de un modo casi empático a esos argumentos a los que se aferra el otro, tan fuerte como tú te aferras a los tuyos y eso te ayuda a romper tu propio aislamiento. Lo malo es que ya no parece que haya tiempo para eso, estamos en la era de las redes sociales, la realidad fluye sin detenerse, nosotros no podemos detenernos, aunque sospechemos que deberíamos hacerlo.
Este trabajo de buscar confirmación y negación se complica con las mentiras, hoy conocidas como fakes (mentiras, en inglés). En la búsqueda de argumentos de conformación o de error, además hay que dilucidar cuáles son mentiras y cuáles son verdades. Y ahí no acaba la complicación, hay más, tengamos en cuenta el hecho de que las mentiras suelen ser más fáciles de digerir que las verdades, cuya naturaleza las hace bastante más complicadas que la ingenua dicotomía de “los buenos contra los malos”. Las mentiras, al estar fabricadas, se hacen al gusto del consumidor.
En esta época crítica, al borde del precipicio, los y las periodistas estamos fallando a la sociedad y a nuestra profesión. ¿Qué necesidad de periodistas hay en una sociedad en la que los profesionales cuentan con las mismas “herramientas de investigación y análisis” que el resto de la población?