martes, 7 de abril de 2015

Un análisis de las elecciones en Nigeria

Los pasados 28 y 29 de marzo Nigeria celebró elecciones generales. Las quintas desde que terminase la dictadura militar, en 1999. Como en España, nadie derrocó al dictador, Abacha se murió él solo, y ya los nigerianos de la élite (política, militar y económica, como en España) se organizaron para seguir gobernando en las nuevas circunstancias. Se formó el People’s Democratic Party, PDP, partido que había ganado siempre hasta ahora. Los capos de este partido -varones, como se llaman en España; o dones, como en Italia- no son los únicos que tienen poder y control sobre la cosa pública de Nigeria, hay otros varones que se hacen llamar “opositores”, que dicen liderar una intangible disputa ideológica con los del gobierno, pero que en realidad gozan de buenas relaciones con ellos y de importantes nichos de poder. Buhari es uno de estos segundos.

Muhammadu Buhari siempre ha estado entre la élite poderosa. De hecho participó en un golpe de estado en 1983 tras lo cual gobernó durante casi dos años. No dio pié a la democracia precisamente, sino al término de Buharismo, la política que implantó en Nigeria, ideológicamente adscrita al fascismo, pero abierta de par en par al capitalismo global. Fue derrocado (que no se fue voluntariamente) en 1985. Dicen de él como virtud que le gusta el orden y la rectitud… y tanto.

Dicen de él, también como virtud, que rechazó un puesto en el gobierno de Umaru Yar’Adua, predecesor de Goodluck Jonathan, puede que rechazase ese puesto por integridad, pero hace 40 años, no hizo gala de esa virtud, cuando fue Comisario Federal para asuntos de Gas y Petróleo y mientras ocupaba ese cargo desaparecieron miles de millones de las jugosas arcas públicas nigerianas. ¿que no se los llevó él? Puede ser.

Ahora Buhari tiene 72 años, el más viejo jamás llegado a la presciencia, y parece ser que ha despertado esperanza en los nigerianos, a pesar de que se había presentado en tres ocasiones y jamás le habían votado.