domingo, 1 de agosto de 2021

Desaprender

 Soy mujer y soy de Salamanca. Como todas mis paisanas, he escuchado miles de veces la broma de “¿De Salamanca? Dicen que en Salamanca la que no es puta es manca” y entonces nosotras sacamos nuestras manitas arriba y moviéndolas a la vista de todos decimos “pues…” y todo el mundo ríe.

El origen de este dicho es una realidad que se remonta a la Edad Media, cuando solo los hombres podían estudiar. En el siglo XII, la Universidad de Salamanca, la más antigua del mundo hispánico, era una de las tres únicas universidades que había en toda Europa. Esto hacía que hubiera una sobre población masculina y joven en la localidad. En la época de esplendor de la universidad, la ciudad que tendría unos miles de habitantes acogía hasta 25.000 hombres jóvenes. Con esta proporción, las posibilidades de encontrar una novia eran muy escasas, porque no había ninguna chica disponible, se decía que solo quedaban sin novio las putas y las discapacitadas.

El primer tramo de la escalera de la Universidad de Salamanca representa la vida lasciva de la época estudiantil

De esa coyuntura de una población masculina y joven desproporcionada, en una época en la que la mujer era considerada inferior, hasta el punto de que no se le creía capacitada para estudiar, también vienen otras historias más crudas que contribuyen a la reputación de la urbe charra, como su histórica relación con la regulación de la prostitución. 

He escuchado varias historias sobre el origen de las famosas mancebías o prostíbulos. Incluso hay quien asegura que la primera mancebía de la península fue la de Salamanca. Todas esas historias son parecidas, voy a escoger una de ellas, pero para el propósito de reflexionar sobre la falacia de la “alegría de la prostitución” con la que hemos crecido los y las salmantinas, cualquiera de ellas me vale. 

A grandes rasgos, esta historia dice que en el siglo XIII llegó a haber tantas agresiones a mujeres en Salamanca que el asunto llegó al mismísimo rey. Fernando III de León y de Castilla, también llamado El Santo, que trabajó siempre por labrar buena fama para esta Universidad en Europa, determinó que había que abrir un prostíbulo para que los jóvenes estudiantes se desahogasen cristianamente de sus deseos sexuales [y no arruinasen la decencia de las mujeres de otros, violándolas]. 

Para diferenciar a las mujeres de bien de las mujeres “alegres”, éstas debían vestir una falda de color pardo, terminada en picos. El prostíbulo estaba guardado por un cura, sí, sí, un cura conocido popularmente como “Padre Putas”, encargado de todo lo relacionado con el prostíbulo, [incluso de guardar con la rectitud del látigo la correcta vestimenta “oficial” de los picos pardos, que ninguna estuviera casada y que no fueran negras, ni siquiera mulatas]. En Cuaresma y Semana Santa estaba prohibida la prostitución, por lo que el padre putas [el proxeneta de la época] las trasladaba al otro lado del río Tormes y una vez pasado el periodo de contención cristiana, las volvía a llevar a la ciudad en una barca. La gente [Se dice que toda la gente, pero sospecho que eran solo multitud de estudiantes, hombres], acudía a la orilla del río a esperar la llegada del padre putas con su barca llena de prostitutas, y aquella espera era una verdadera fiesta llena de alegría. Hoy perdura una festividad llamada Lunes de Aguas, que conmemora precisamente el regreso de las putas a la ciudad. Toda Salamanca sale al campo, como si fuera la orilla del Tormes, a comer hornazo bien cargado de carne y a festejar.

Ilustración de la Casa de Mancebía de La Celestina

Ese desenfado con que las salmantinas sobrellevamos el chiste más manido de nuestras vidas viene dado por la ligereza con que se nos ha educado desde la cuna a la hora de mirar la prostitución, cuya historia se ha contado siempre así, sin las partes grises del párrafo anterior, con una capa de brilli-brilli medieval. La prostitución forma parte del folclore y la “cultura popular”. Los relatos están plagados de eufemismos como “mujeres de vida alegre”, “mujeres de mal vivir”, “mujeres públicas”. Se ha naturalizado el “ir de putas” como un acto inofensivo, lúdico, desenfadado y natural de la juventud [solo compuesta por hombres, claro]. Las tunas estudiantiles cantan dando brincos de alegría “Vamos de putas a Salamancaaaaa” para goce y diversión del público que les lanza monedas para que beban y se vayan de putas, los traviesos chiquillos. La ciudad está casi orgullosa de esta reputación de algarabía y putiferio estudiantil, o al menos lo festeja. 

Con esta convicción andaba yo por la vida, defendiendo los derechos, la libertad y la dignidad de las personas, pero como si las mujeres prostituidas no fueran de esas “personas”. Sin haber reparado nunca en esa gran ignorancia de la que adolecía, las partes grises omitidas en los relatos populares. Como buena ignorante, lo exhibía sin complejos. 

Tenía una necesidad enorme de desaprender esta “cultura”, pero no me topé con nada ni nadie que me diera ese toque que te hace abrir los ojos, hasta muy mayor. Mi amiga Marta respondió a mi historieta de las putas en Salamanca, “¿pero no se te ha ocurrido mirar todo esto desde los ojos de las mujeres prostituidas? Seguro que eran pobres y sufrían, seguro que para ellas nada de esto era tan alegre o hubieran preferido otra vida” BOOOMMM Pero ¿cómo no se me había ocurrido antes? Es tan sencillo, hay tanta información sobre esto ¿por qué no lo veía? Porque así son las creencias y convicciones, te impiden mirar y pensar con verdadera libertad. 

Marta y otras amigas abrieron para mí una puerta de conocimiento: esa otra visión de la prostitución, otros eslóganes que ahora veo por todas partes, pero que antes no veía. 

“Si la prostitución fuera un trabajo ¿se lo recomendarías a tu hija?”. 

“El verdadero oficio más antiguo del mundo es seguir mirando para otro lado”.  

Discursos como el de Sonia Sánchez me abrieron más que los ojos, las entrañas… Las escuché, empaticé y lo comprendí todo. De nuevo es el maldito sistema el verdadero problema. El sistema no arregló un problema social y humano, solo lo adaptó a sus credos, sacar rendimiento económico de esas violaciones. Se empezó a cobrar por el abuso de las mujeres pobres y se nos dijo que todo estaba arreglado ¿¡!?

El que sean mujeres fuertes y sobrevivan, el que sigan defendiendo su dignidad con uñas y dientes en las situaciones de humillación y explotación más extremas, no justifica que la sociedad haga de su fortaleza para sobrevivir a la miseria “una forma como otra cualquiera de ganarse la vida”. Si todas esas mujeres hubieran tenido cubiertas sus necesidades básicas y las de sus seres queridos, una buena alimentación, un hogar digno, salud física y mental, protección y seguridad, educación y cultura, si ellas solas o ellas y sus familias vivieran una vida digna y feliz ¿se prostituirían? Solo en ese caso sería voluntario y sólo en ese caso yo defendería su derecho a hacerlo. Todo lo demás es falaz, es esclavitud, es injusticia y ruindad, es mucha necesidad de desaprender esta cultura omnipresente, que nos hace creer que no es posible vivir de otro modo más que explotándonos unos a otros sin límites. Un sistema en el que hasta el grado de humanidad se mide por dinero y capacidad de consumo. Eres libre [si tienes dinero para serlo], todos los seres humanos son iguales [si tienen dinero para conseguirlo], todas las personas tienen los mismos derechos [si tienen dinero para comprarlos], todas las personas tienen dignidad [si tienen dinero para negociarla bien]… Estamos tarados. 

La mayor parte de la gente del mundo está sufriendo en estos momentos la explotación cínica, hipócrita e inconsciente de quienes pueden comprar, las putas son solo la punta del iceberg.

La buena noticia es que desaprender es posible. Cada vez que desaprendes este sistema gracias a un comentario, a una crítica, a un chasqueo o meneo de cabeza de alguien, creces. Cada vez que desaprendes, desarrollas la mente crítica y consciente. Con cada desaprendizaje aumenta la capacidad para detectar las mentiras y la propaganda del momento, del lugar, de las circunstancias, cada vez es más difícil engañarte. Cada vez, eres más consciente de todo lo que nos falta por desaprender y aprender de nuevo para, de verdad, creer que todas TODAS las personas somos iguales.

Rosa Moro

No hay comentarios:

Publicar un comentario