La IN-justicia ruandesa acaba de condenar a Victoire Ingabire a 15 años de carcel en un juicio trágicamente ridículo, al más puro estilo Monty Python: Acusaciones insostenibles, pruebas torpemente amañanadas, malos actores utilizados como testigos falsos...Ni John Cleese hubiera bordado mejor el papel de estos jueces, que parecen inspirados en las parodias de los humoristas británicos.
Entre todas las noticias sobre este desolador acontecimiento, ver a Raissa con su cabeza rapada y esa mirada de luchadora, me ha tocado el corazón especialmente.
Victoire se ha convertido en un símbolo de la lucha por la libertad, la democracia y la justicia para Ruanda y para el resto de la región de los Grandes Lagos. ¡Es tan importante su lucha para acabar con la espiral de sangre de la región!
Si no fuera porque se le presta atención mediática en Occidente, Victoire hubiera sido asesinada ya, como lo han sido otros opositores. Ella, Bernard Ntaganda y Deo Mushayidi han cometido un crimen imperdonable: querer presentarse a las elecciones.
¡¡15 años!! Su familia, en Holanda, debe digerir este mazazo en plena campaña mundial de exaltación a la lucha de Mandela.
Kagame a la vez que alaba a Mandela en los medios, encierra a sus opositores para siempre, los corta la cabeza, figurada o textualmente hablando... en las elecciones de 2010, un opositor apareció con la cabeza cortada en una cuneta.
Esta es una trágica noticia para los africanos y para la justicia.
Victoire tiene el espíritu Mandela, es admirable y formidable, esta mujer goza de esa clase que solo unos pocos tienen... el tonto de Kagame ha pagado millones para intentar comprar esa clase, ha matado a millones por ello.... pero eso no se compra, ni se gana haciendo trampas, ni se conquista a sangre y fuego... la clase de los Mandela de África solo se gana resistiendo con dignidad a criminales como Kagame.
sábado, 14 de diciembre de 2013
viernes, 6 de diciembre de 2013
Los desheredados de la tierra en la era del progreso
A veces me dejo llevar por
mi condición de ciudadana europea. Aficionada a reflexiones positivas sobre la
situación actual, me alientan frases como la manida “en chino, crisis significa
oportunidad”. Digo cosas como “Esta crisis es la catarsis que necesitábamos
para cambiar”. Me creo una auténtica activista desde el salón de mi casa con
conexión a internet y aparatos tecnológicos cuando doy al botón “me gusta” a
una declaración de enfado justificado en facebook o “retuiteo” un manifiesto de
la ira ciudadana (sin leerlo), o firmo tres campañas de recogida de firmas
on-line al día.
El sistema capitalista está
cayendo, sí, se ha excedido tanto que se ha fagocitado a sí mismo, está
tensando tanto la cuerda que caerá y arrasará mucho en su caída, como cualquier
monstruo. Pero temo que tal vez logre refundarse y seguir alimentándose de
pobres, es una posibilidad factible si sigue contando con que los que todavía
tenemos posibilidad de luchar, gracias a la buena estrella de tener un mínimo
de educación y podernos pagar unas mínimas condiciones de vida, todo lo que
hacemos es actuar desde el salón de casa. Cuanto nos quedemos sin internet,
caeremos en el saco de la “mayoría silenciosa” de la que habla el gobierno.
Ya en 1982, en Estados
Unidos, uno de los grandes gurús de la mezcla moderna del poder
militar-económico-político, Alexander Haig, cuando era Secretario de Estado de
Ronald Reagan, tras ser informado sobre una manifestación antinuclear de un
millón de personas en Nueva York, respondió: “déjales que se manifiesten,
mientras sigan pagando sus impuestos…”. 30 años después de la famosa frase de
Haig ¡ya ni siquiera salimos de casa a protestar! Ahora pagamos (conexión y
tecnología) por protestar en pijama, sin salir de casa, pero pagando los
impuestos que permiten seguir funcionando a la maquinaria del sistema represor.
Cumplimos con los recortes, nos asustamos ante la ley de seguridad ciudadana, ante
la ley que prohíbe ayudar a los inmigrantes, miramos para otro lado para no ver
el sufrimiento multiplicado por infinito de los desheredados de esta tierra:
los pobres. Aquí lo que cuenta no es quién eres, sino cuánto tienes.
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